Otra de mis “historias coleccionables” me lleva a la vez que intente ser filatelista. En realidad la filatelia cayó sobre mí cuando cumplí 15 años. Ya que nunca fui una chica muy normal que digamos, para mis quince no hice fiesta, tampoco un viaje, solo una reunión familiar como la de cualquier otro cumpleaños, junto a mi amiga de siempre. Algo triste, puede decirse, mas triste aún si a eso se le agrega un detalle: quiso el destino que festejase mi día en la cama y con 38….Hey!, que mal pensados…con 38º de fiebre, producto del sarampión…a la torta la vi de lejos, y mi hermana (quien me había contagiado la enfermedad) se encargó de soplar las velitas. Ya se, ¿Que tiene que ver mi “mala suerte” con la filatelia? Pues resulta que uno de los regalos, el de mi tío Jorge, hermano de mi madre, fue un viejo cuaderno en el que él mismo había volcado en su niñez el deseo de ser filatelista. Desconozco si el pegar las estampillas a las hojas haya sido o no un acierto. Quizás un verdadero filatelista quede calvo arrancándose los pelos al ver lo que, primero tío y luego sobrina hicieron con aquellas estampillas. Tampoco se si tendrán algún valor además del sentimental (cosa que dudo), y es hasta ahora que me pregunto porque no me encargue de averiguarlo antes. Es verdad, no le he puesto mucho empeño al asunto, pero considerando que en ese tiempo no tenía Internet….en fin, me ocupé por un breve tiempo (el que me duro el entusiasmo) en buscar nuevas fuentes de estampillas, siempre que, condición de mis padres, fueran gratis, y logré juntar varias, siempre comunes y argentinas.
Valiosas o no, bien conservadas o ultrajadas, las guardo y atesoro como recuerdo de la época en la que las palabras se guardaban en papel…